Començo amb una evidència: Joan Prim i Prats no va ser perfecte. Com és natural, tenia virtuts i defectes i de vegades va saber encertar i en altres ocasions no va poder evitar els errors. I, en essència, fou responsable del que va fer, com quan es rebel·là contra un cap o superior militar, contra el Govern central o contra la reina Isabel II. La seva figura és prou important com perquè no li calguin hagiografistes ni justificadors pòstums. Prim fou ell mateix i la seva circumstància, podríem dir. Precisament pels seus contrastos, Prim manté l’interès de molts historiadors dos-cents anys després del seu naixement.
L’enyorat Pere Anguera, que va estudiar amb atenció –i sense benes als ulls– la seva activitat pública, va saber definir-la prou clarament: “Prim no fue un modelo de ética política. Quizá sí de político hábil dispuesto a mantener el protagonismo y el reconocimiento público incluso en las situaciones más adversas. Sus coetáneos ya señalaron esa extraña virtud. En distintas ocasiones se envaneció de haber sido perseguido por los gobiernos moderados o de la Unión Liberal, pero, como le recordaron los demócratas, mientras ellos vivían forzados a una difícil clandestinidad, Prim se refugiaba en Francia, autorizado por el Gobierno y cobrando íntegro su sueldo militar en una especie de exilio dorado. Tampoco dudaba en aceptar o pedir lucidas prebendas a sus enemigos: la capitanía general de Puerto Rico, la legación para la guerra de Oriente, el mando de un cuerpo expedicionario en la de África o la misión diplomática y militar en México. De ahí la acusación de chaquetero que, no sin parte de razón, le echaron en cara sin que pudiera ofrecer justificaciones creíbles. Como la mitológica ave fénix, era capaz de resurgir de sus cenizas. Después de la brutal persecución contra los centralistas catalanes en 1843, no sólo consiguió la absolución pública, sino que incluso recuperó la amistad de alguno de los dirigentes contra los que había combatido” (El general Prim. Biografía de un conspirador, Barcelona: Edhasa, 2003, p. 12-13).
El mes de març de 1870, quan Prim era –en la pràctica– la màxima autoritat de l’Estat espanyol com a president del Consell de Ministres i alhora ministre de la Guerra, el seu Govern va anunciar una quinta de 40.000 homes que (tal com digué Pere Anguera a la p. 578-57 del seu llibre) “provocó un alud de protestas en toda España”, atès que molts van considerar “que la supresión de las quintas” havia estat, el 1868, “una de las reivindicaciones clave de la Gloriosa”, és a dir, de la Revolució que l’havia portat al poder. Com és prou sabut, una de les localitats catalanes en què van esclatar revoltes contra la nova quinta imposada va ser la vila de Gràcia, aleshores encara no incorporada al terme municipal de Barcelona. La revolta de Gràcia i les altres van ser durament reprimides i pocs dies després, el 19 d’abril, els diputats federals Tutau, Pi i Margall i Figueras van denunciar els fets en una sessió de les Corts i van demanar explicacions al Govern.
En la seva resposta, i entre altres coses, Prim qualificà de demagogs els diputats descontents, negà que l’Exèrcit s’excedís en la repressió dels vençuts i “defendió la decisión del capitán general Gaminde de cañonear, no bombardear, matizó, el pueblo de Gràcia i de declarar toda la provincia en estado de guerra, «contestando con la guerra a la guerra que en todas partes se nos hacía»” (Anguera, p. 580-581). Figueras li va recordar a Prim que el 1842 (quan només era coronel) havia declarat que compartia el dolor de la Barcelona bombardejada per Espartero i li va demanar si es mantenia fidel a les seves manifestacions d’aleshores. Prim va afirmar que ara (1870) sentia un dolor “mucho más profundo que entonces” per haver de combatre –com a cap del Govern– les sublevacions de Catalunya, “que es mi país, ese país querido cuyo aire he respirado al nacer”, però que estava disposat a lluitar contra els rebels catalans cada cop que calgués perquè anteposava “mi deber a todos los afectos personales”. A la part final de la seva rèplica, Prim (i cedeixo la paraula novament al Dr. Anguera, p. 581-582) “justificó con detalle la actuación de Gaminde, porque «aunque hubiera sido necesario destruir aquella población [Gràcia] hubiera obrado bien si eso le evitaba el derramamiento de sangre a la tropa y a los que le defendían, mucha sangre y muchas lágrimas». Siempre, acabó, el Gobierno «defenderá la bandera que le han entregado las Cortes Constituyentes, el que quiera más y lo pida con las armas en la mano, se le tratará como enemigo, el que quiera menos, como enemigo será tratado también», al presidir su actuación un solo lema «libertad, libertad y libertad». Atendiendo a sus ruegos, las Cortes se negaron a investigar los sucesos (tal como pedían los republicanos)”.
Entre les moltes cartes que Rafael Olivar Bertrand va publicar als dos volums del seu estudi biogràfic El caballero Prim (Barcelona: Luis Miracle, 1952) n’hi ha una de força significativa, que Prim adreçà precisament a Gaminde, el mateix abril de 1870, poc després dels tràgics fets de Gràcia. Com explicà Olivar (volum segon, p. 284), Gaminde era un vell “compañero de fatigas en la guerra de África y en media docena de pronunciamientos fracasados, ayudante abnegado en los años de emigración –salvo las horas que, con el beneplácito socarrón de Prim, recorre las salas del Louvre o del Museo Británico–, es carne y uña con el hoy jefe del Gobierno”. De la carta de Prim a Gaminde en reprodueixo tot seguit la major part (respecto la transcripció d’Olivar, p. 469):
"Cher don Eugenio: Por el coronel Gomis recibí la tuya y el mismo me esplicó [sic] lo sucedido en todos sus detalles. Dices bien, la insurrección no tuvo fondo ni tuvo elementos de guerra; pero así y todo, como todo lo que pasa en Cataluña tiene gran importancia, por la importancia que le darán las gentes, tirios y troyanos, de ahí la agitación e impaciencia que hubo en Madrid y en las provincias durante los sucesos, impaciencia que hiba [sic] ganando a los mismos ministros por no recibir frecuentes noticias. Tuviste en contra el temporal, sin el cual tal vez hubieras concluido tal vez dos días antes. Yo no me equivoqué en lo que sucedería en Gracia, pues conozco por la esperiencia [sic] el poco caso que mis paisanos hacen al cañón y el mucho que le hacen cuando ven avanzar las columnas. Tenlo presente para otra, aunque lo que es en Barcelona y su plana deberán quedar desalentados para rato, por las armas que pierden y por los hombres que desaparecerán de la escena, unos por presos y condenados, y otros por huidos [...]. / Veo con gusto que todas las clases del egército [sic] rivalizaron en voluntad y corage [sic]. La pequeña columna que fue a Sans se portó bien; todos, en fin; pero como no se puede repetir el diluvio de gracias que la última vez, he ordenado se proponga a los heridos y a alguno que otro que haya contraído mérito especial muy reconocido y justificado. Alargaré el estado de guerra cuanto se pueda; pero date prisa. En Cádiz está una fragata preparada a zarpar para Filipinas. Salud y te quiere tu amigo, / Prim / ¿Quieres que te cambie la cruz de mérito blanca por la roja?"
No faré comentaris sobre el contingut d’aquesta missiva amical; momés recordaré que seixanta-sis anys i vuit mesos després d’aquells fets, concretament el diumenge 20 de desembre de 1936, un grup de militants de les Joventuts Llibertàries de Gràcia (precisament) van anar de bon matí al barceloní parc de la Ciutadella, van fer caure a terra l’estàtua del general Prim i la van malmetre (vegeu-ne la fotografía que publicà el dia 22 el rotatiu barceloní El Día Gráfico). L’acció no fou un simple vandalisme casual.
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